Con sus rostros sonrientes, las fotografías cuelgan de las paredes de los rascacielos, en los restaurantes y bares de Tel Aviv y en una pantalla gigante a la entrada de un centro comercial.
Son alguans de los más de 240 rehenes que fueron secuestrados violentamente en Israel el 7 de octubre en sus casas o trabajos cercanos a la Franja de Gaza, en bases militares, así como en un gran festival al aire libre.
Entre ellos había unos 30 niños, el más pequeño de solo 9 meses. Pero desde que hombres armados del grupo militante palestino Hamás se los llevaron a Gaza, se desconoce el destino de la mayoría.
Para los israelíes, conmocionados por las sangrientas masacres del mes pasado, se trata de un trauma constante.
“Esta es la última foto que tenemos de mi tía. Dos terroristas se la llevaron en una motocicleta”, dice Eyal Nouri al mostrar una foto de Amina Moshe, de 72 años, quien fue raptada de Nir Oz, el kibbutz donde vivió durante 50 años.
“Ni los niños, ni los bebés, ni las mujeres mayores deben formar parte de ningún conflicto. Secuestrar niños es algo contra la humanidad”.
Aunque la actual es la mayor crisis de rehenes, a lo largo de los años Israel ha soportado muchas situaciones similares.
Durante la década de 1980, el país demostró que estaba dispuesto a pagar un alto precio por sus ciudadanos en canjes de prisioneros con grupos armados palestinos y libaneses.
El jeque Ahmad Yassin, que más tarde fundaría Hamás, fue liberado en un intercambio.
Incluso fueron intercambiados cadáveres de soldados israelíes para darles sepultura judía.
Luego, en 2006, Hamás secuestró a un soldado de 19 años, Gilad Shalit, en una incursión transfronteriza. Su padre, Noam, dirigió una dolorosa campaña de cinco años para llevarlo a casa, haciendo hincapié en el “contrato no escrito” entre el Estado y sus reclutas.
Fuente: BBC News.-