Hugo Perotti y Navarro Montoya, compañeros del 10 en sus dos etapas en el Xeneize, recuerdan el paso de uno de los mejores jugadores de la historia por el club azul y oro.
Argentinos Juniors no lo podía retener más. Un tiempo atrás había sido la figura de la Copa Mundial Sub-20 1979. En el equipo de La Paternal, aunque no había ganado ningún título, marcaba demasiada diferencia. No había cumplido los 20 años y ya había anotado más de 110 goles. Era la hora de cambiar. River Plate, un equipo lleno de figuras con Daniel Passarella, Ubaldo Matildo Fillol, Alberto Tarantini y otras figuras, lo quería. Pero él tenía su decisión hecha: Boca Juniors fue por él y no hubo más dudas. Desde ese momento empezó un verdadero amor a primera vista.
“Lo quería Barcelona, lo quería River Plate, ¡Maradona es de Boca!”. Así era la canción de los hinchas xeneizes. Todavía se canta en algunos partidos en la Bombonera.
A los 20 años, Maradona se sumaba al equipo que conducía Silvio Marzolini, histórico ídolo del club y uno de los jugadores más destacados de la Selección argentina en la Copa Mundial 1966. El Xeneize estaba en una etapa de adaptación poco después de la salida de Juan Carlos Lorenzo, director técnico que había conseguido el bicampeonato de la Copa Libertadores en 1977 y 1978, los primeros dos grandes títulos de la historia del club.
Maradona fue una explosión de furor que hasta hoy no se apagó. Debutó en febrero de 1981 ante Talleres de Córdoba ante 60 mil personas. Marcó dos goles, los festejó ante la gente y marcó de oro un paso que tendría una de las mejores versiones del 10. Rápido, potente, fino en las decisiones y gambeteador. Tenía a Miguel Brindisi como uno de sus grandes socios, pero también lo rodeaba un plantel de lujo, con ídolos como Hugo Gatti, Roberto Mouzo o Jorge Benítez.
“Maradona llegó al equipo más grande de Argentina y a la altura de los diez más grandes del mundo. Pero, con su llegada, le dio al club una dimensión todavía más global”, dijo a FIFA.com Hugo Perotti, histórico delantero que había formado parte de la etapa de Lorenzo.
Perotti no puede olvidar los momentos en los que salió de gira con Maradona. En el tren de velocidad de Tokio, Japón, las formaciones tenían sus pósters en las paredes de los vagones. En Costa de Marfil, el avión que llevaba al plantel tuvo que suspender el aterrizaje porque la pista estaba llena de hinchas que querían conocer a Maradona.
“No era habitual para la época, cuando no había Internet ni redes sociales. Esas cosas las generaba él nada más”, agrega Perotti.
El año de Maradona colmó las expectativas. Salió campeón del Metropolitano 1981 y dejó algunas secuencias que quedaron marcadas para siempre, como el gol que le hizo a Fillol, en la Bombonera, en una noche lluviosa, en la que define después de dejar de rodillas al arquero, justo en el la portería que da a la hinchada número 12.
“Vino al más grande de Argentina. Se dio el gusto y después lo más lógico era que partiera”, dijo Perotti. A mediados de 1982, después de la Copa Mundial, partió al Barcelona, donde comenzaría su periplo por Europa. Pero no fue el final de la historia.
En 1995, poco después de la herida de la Copa Mundial 1994 en la que fue suspendido por un doping positivo, Maradona regresaría a Boca, a los 35 años. “Volvió en una gira en República de Corea y China. Se dio como un ‘win-win’ en el que él hizo una reaparición muy fuerte y al club le sirvió como para hacerse aún más conocido en ese tipo de mercados”, dijo a FIFA Carlos Navarro Montoya, histórico arquero que tomó el legado de Gatti y protegió el arco del Xeneize por unos diez años.
La historia de Maradona en su última etapa como jugador tuvo de todo, pero principalmente una declaración de amor infinita de la hinchada que llenó todos los estadios solo para verlo a él. En 1996, Maradona volvió a reunirse con Carlos Salvador Bilardo, el entrenador que lo llevó a su mejor versión en 1986, cuando se quedó con el título en México, y 1990, además de un breve paso por Sevilla. El Xeneize armó un plantel de estrellas que incluía a Juan Sebastián Verón, Cristian González, Sergio Martínez, Fernando Gamboa y Claudio Paul Caniggia. Pero el título fue para el Vélez dirigido por Carlos Bianchi y Osvaldo Piazza.
Con una franja amarilla en el pelo, lejos de su mejor versión física, con declaraciones que resonaban por todos lados y diferente tipo de excentricidades (como llegar a los entrenamientos con grandes camiones o autos de lujo) Maradona fue puro disfrute.
En 1996, entre el 13 de abril y el 7 de agosto, falló cinco penales consecutivos. En uno de esos partidos, ante Belgrano de Córdoba, en la Bombonera, metió un gol brutal cuando enganchó la pelota con la parte externa del botín izquierdo y la colocó por encima del arquero justo sobre el cierre del encuentro para conseguir el 2 a 0 final. Tras el pitazo final, fue todo lágrimas. De él, de sus compañeros, de su esposa, Claudia Villafañe, que lo miraba desde el palco.
Hay varios videos de esa época que lo muestran a Maradona en entrenamientos en los que practicaba remates. Navarro Montoya competía con él.
“Diego era muy feliz en esos momentos, cuando estaba en su hábitat natural, en su ecosistema preferido que era el entrenamiento, los compañeros, la cancha, el partido, los hinchas y en la semana, el día a día para él era formidable”, explicó Navarro Montoya. Y agregó: “Diego amaba profundamente el fútbol y el fútbol era lo que más feliz lo hacía. Ahí estaba el Diego genuino, ahí estaba Diego Maradona. Yo siempre digo que Maradona se devoró a Diego, ¿no? Diego era un chico de un corazón increíble, de una sonrisa brillante y disfrutaba muchísimo esos momentos”.
Ya no sacaba diferencias con el paso arrollador ni la gambeta a grandes distancias, pero rebalsaba calidad. Controles que le ayudaban a escapar, una pegada mágica y un entendimiento del juego diferente para un jugador que hacía varios años había llegado a una madurez plena de relación con la pelota. “Diego era tan distinto y tan diferente que aún en esos momentos, en ese espacio de tiempo que compartimos, seguía siendo el mejor. Entonces, obviamente que no era el del 86, pero el tiempo que a mí me tocó compartir, seguía siendo el mejor sin ningún tipo de dudas”, detalló Navarro Montoya.
El 7 de marzo de 2020, Maradona pisó por última vez la Bombonera, ahora como entrenador de Gimnasia de La Plata, en un partido en el que el Xeneize definía el título entre River, que no lograría ganar ante Atlético Tucumán, y Boca, que ganaría 1 a 0, con gol de Tevez, se coronaría en el torneo local. Otra vez, como en 1981, volvió a sonar en una Bombonera que explotaba: “¡Lo quería Barcelona, lo quería River Plate, Maradona es de Boca!”. El excapitán de la Selección argentina moriría unos meses más tarde, en noviembre, a los 60 años, en plena crisis del coronavirus.
Pero la Bombonera -y Boca- no olvidan. En el barrio, las paredes lucen pintadas con su cara. Murales, pinturas, fotos, banderas. Obras que exhiben una admiración que empezó en 1981 y no duerme.
“Diego generó con el hincha de Boca una relación inquebrantable, indisoluble y para siempre. El hincha siempre lo va a recordar como un icono de lo que es Boca Juniors”, dijo Navarro Montoya.
Fuente: FIFA.COM