Madrid, 3 de mayo de 2023.
Señor Alcalde de la ciudad de Madrid, José Luis Martínez-Almeida; señores, señoras de la Corporación Municipal de Madrid; corporaciones municipales.
Sí, a mí una vez me tocó gobernar una ciudad que es hija de Madrid. Sin embargo, estaba antes de Madrid. La hicieron antes que nadie los pueblos indígenas precolombinos, les llamamos.
Allí tenían su ciudad principal: Bacatá. Y allí llegaron, en el encuentro entre los dos mundos, los españoles.
Y, por alguna razón, que creo saber cuál es, decidieron que allá, en el centro de las montañas, muy cerca de la Luna, o más cerca por lo menos de la Luna y de las estrellas -decía un alcalde por allí-, fundaron una capital muy lejos del mar, sin un río navegable, en un lugar que en el capitalismo posterior, se diría, crecería una ‘ciudad imposible’, sin ningún contacto con los mercados mundiales, ni por la altura ni por la distancia ni por el agua.
Yo creo que pensaban más bien en cómo defenderla, como antaño pensaba el feudalismo, no en cómo se convertiría en un poder económico, sino en cómo militarmente se volviera expugnable.
En realidad, mi ciudad no ha sido invadida después de eso por nadie. Sigue allí en el centro, muy cerca de las estrellas, pero es hija de Madrid, en ese sentido. De alguna manera u otra, han recorrido una historia paralela.
Allá se volvió la capital del Virreinato de la Nueva Granada, se llamó. Allá se crearon las instituciones paralelas y espejo de España. Por allá llegaron las nuevas ideas, tan lejos, quizás en barco o en libros clandestinos, y una juventud muy, muy joven leyó esos libros.
Y decidió que era el tiempo de construir una república independiente. Comenzó una guerra. Terminó la guerra, nos desencontramos y después nos volvimos a encontrar, ya en fases y en tiempos diferentes, en situaciones y contextos que, en lugar de hacernos enemigos, nos fueron llevando a ser amigos, ya no bajo una relación ni de denominación ni de subyugación, sino una relación de seres libres, que querían tanto los colombianos y las colombianas como los españoles y las españolas.
Tiempos posteriores, indudablemente. Tiempos de tensión, de pasión, de heroísmo indudable, de azar, de tristezas también, de derrota. Fue otra la historia que fue juntando nuestras dos grandes ciudades.
El pensamiento democrático creció en ambas. El pensamiento de avanzada que trataba de cambiar el mundo creció en ambas, también por sus juventudes, también leyendo libros seguramente, también en la experiencia de las desigualdades sociales.
La Madrid que recordamos nosotros sigue siendo la Madrid del primer amor de Bolívar, indudable: cómo ese guerrero rebelde –con sangre negra en sus venas, también lector clandestino de los libros franceses, quiso conocer París, se desencantó ante la coronación del emperador Napoleón–, encontró en Madrid, en esta ciudad, su primer y quizás único amor.
Mucha historia se ha escrito de los amores de Bolívar. Le gustaba buscar, buscaba por todos los rincones, en todas partes, después de una batalla, en una hamaca, en algún rincón del país. Muchísimas personas trataron de encontrarse allí en la vida de Bolívar. Encontró una francesa, alguna vez, parisina ella, en un pueblo lejano del río Magdalena, que se llama Tenerife. No sé qué hacía la francesa ahí, pero ahí la encontró en una de esas campañas.
Él siempre, siempre, recordó su primer amor: una madrileña. Y aun en los momentos de sus últimos días, y a pesar de que la pasión lo rodeaba con otra guerrera, ecuatoriana, que se llamaba Manuelita Sáenz –ella decidió que cabalgaba con él en las batallas, que levantaba la bandera que levantaban los hombres de aquella época, jóvenes criollos; no se decía colombianos, se les decía neogranadinos, venezolanos, ecuatorianos–, a pesar de ese último momento, que podríamos llamar el último amor, él no olvidó jamás su primer amor.
Quizás la fuerza de encontrarla era lo que lo llevaba a batallas tan lejanas, tan lejanas, que ni Alejandro Magno recorrió esas distancias. Por eso se le conoce como un guerrero, más que como un estadista; como un rebelde, como alguien que supo triunfar en las armas y al final ser derrotado en el corazón.
Esa historia de esa Madrid realmente fue reemplazada en nuestras mentes contemporáneas con otra historia: la historia de la Madrid resistente, que leíamos también otros jóvenes, en tiempos posteriores, una y otra vez: cómo Madrid había resistido, cómo Madrid había sido quizás uno de los primeros lugares que resistió el fascismo, que aguantó a los nazis, que generó un espíritu, primero en toda Europa y después en el mundo.
Cómo se irrigaba, a través de los pueblos diversos de la Europa, la posibilidad, aún sin ejércitos, aún sin defensas estatales ya, con todas las murallas derribadas, con todas las armas derrotadas, solo a partir del puro pueblo, levantarse contra un gigante y un monstruo como Hitler y sus aliados.
Cómo pudo Madrid, a pesar de que no concluyó su objetivo, cómo pudo demostrarle a toda la humanidad que era posible.
No fue con los ejércitos. Fue con una voluntad popular, con una terquedad rebelde, con una idea, aún sin posibilidades de que el último grito también podía servir, de que el último sacrificio también podía ser necesario.
Esa imitación que recorrió la sangre de millones y millones de personas en toda Europa, en los Estados Unidos e incluso en nuestra Latinoamérica, en el Asia, indudablemente cambió la historia.
Quizás no se pudo cambiar antes, unos años, como hubieran querido muchas personas. Pero a través de ese influjo se cambió la historia. Se cambió la historia que amenazaba ser negra, triste; que amenazaba ser un tiempo de esclavitud, de ignorancia, de subyugación, y pasó a una historia de libertades, de avances y retrocesos, indudable.
La historia de un proyecto democrático que no se rinde. Un proyecto democrático que quizás no son estos muros, a pesar de lo hermoso de sus ornamentos; que quizás no es de la institución quieta, que pasa por los siglos, sino que sigue siendo, como lo enseñó esa Madrid resistente, un flujo en la historia. Un influjo. Flujo e influjo son palabras similares, porque el flujo termina influyendo en los demás pueblos, en las demás historias.
Cómo esa realidad que aquí se mantuvo resistente, la posibilidad de una democracia, que no son solo instituciones, ni muros quietos, ni cuadros del pasado, sino que es los pueblos vivos fluyendo, tratando de encontrar su mejor bienestar, tratando de buscar felicidad, quizás, tratando de buscar igualdad, tratando de buscar la libertad.
Libertad que no es como nos la venden ahora, indudablemente. Cuando yo recuerdo la crisis climática, estoy también recordando algo muy en el presente, que rompe el paradigma de la libertad en estos momentos.
Hoy creemos que libertad es la capacidad de comprar lo que se quiera, y es la capacidad de producir y vender lo que se quiera. Es un concepto de libertad que no estaba en la cabeza de Bolívar, precisamente, ni de quienes levantaron esa bandera hace unos siglos, jóvenes todos, muchachos y muchachas.
Pero se transformó en eso, por un paradigma de pensamiento cada vez más fuerte, pensar que la libertad humana es el hecho de comprar y de vender.
La crisis climática lo que nos está diciendo es que no podemos comprar todo ni vender todo.
Es decir, está cuestionando el centro mismo de la construcción neoliberal del pensamiento de la libertad, y nos arroja pensarla de otra manera. La libertad no es eso.
¿Cómo es la libertad humana? Algún filósofo diría: es la superación de la necesidad. Hegel decía eso. Luego no puede existir ser libre si no supera sus necesidades fundamentales. Y por allí tendríamos que hablar entonces de que la libertad no surge si somos desiguales. Eso ya se lo habían inventado los franceses. Nunca lo practicaron.
Pero bajo esos nuevos paradigmas, bajo esas nuevas necesidades que tenemos que superar luego, bajo esas nuevas banderas de libertad, Madrid y los latinoamericanos y los y las colombianas nos encontramos. Es un nuevo terreno. España será líder de Europa en unos meses, tendrá unos puestos y unas iniciativas que tomar. Podrá ser más de lo mismo o se podrá cambiar las posibilidades de nuestro encuentro.
Allí, en esos primeros días de la Presidencia española, nos reuniremos Latinoamérica toda y la Unión Europea toda. Es un nuevo encuentro de Europa y América Latina.
Puede ser una reunión más de las mismas: no cambiar nada, seguir mirándonos como nos miramos. O puede sentar, si España lo quiere –y España tiene mucho que decir en un encuentro entre Europa y América Latina–, puede decir cosas nuevas, plantearle a la humanidad un influjo, como antaño Madrid lo planteó, no hace unas décadas.
Un influjo que tiene que ver con la necesidad de cambiar. Si no cambiamos, no sobrevivimos en el planeta. Si no hay cambio, no hay vida. Una serie de palabras que antaño nos polarizaban políticamente, hoy, con independencia de nuestras voluntades, se vuelve una realidad.
Cambio y vida son sinónimos hoy. Y, por tanto, la Presidencia de Europa en manos de España y el encuentro de Europa y América Latina deben hablar de cambio.
¿Cuál cambio? Indudablemente, no las mismas imágenes que teníamos en la cabeza hace unas décadas. Quizá no las mismas imágenes que madrileños y madrileñas tenían en los tiempos de la resistencia. Son otros los terrenos y los tiempos y los paradigmas y las culturas, pero de nuevo se plantea el mismo problema, esta vez de manera más dramática.
Antaño, si no se cambiaba, se podía sobrevivir. Hoy, si no cambiamos, no podemos sobrevivir. Luego cambio, libertad, democracia, vida, se están convirtiendo en palabras sinónimas.
Si nos apartamos de allí, quizás lo único que encontremos es una muerte definitiva. Lo que llaman antes el omnicidio: la muerte de todo lo viviente.
Palabras que no teníamos antaño. Palabras que en realidad no han existido prácticamente en ninguna época en donde ha estado el ser humano en este planeta, pero que ahora son una realidad.
Por eso yo creo que esa alianza entre nuestras ciudades y las ciudades españolas puede sustentar, a través de sus cabildos, de sus autoridades locales –donde menos poder puede influir y más libertad puede haber–, puede sustentar las bases de un cambio, que no se puede evitar. Hay que moldearlo, porque si lo evitáramos solo encontraríamos el omnicidio.
Colombia tiene en su norte de gobierno, así se denominó la campaña, ser una potencia mundial de la vida. Pusimos ese título precisamente por lo que acabo de decir. Porque hoy las fuerzas políticas de avanzada no son, digamos, las que pregonan idearios del siglo XIX, que hay que leerlos y entenderlos, sino que son propiamente las que hacen carne y espíritu real, pasión real en los pueblos, acción política, el principio de que nos tenemos que convertir en potencia de la vida. Que Madrid sea una ciudad que se convierta en una potencia de la vida.
Gracias por su homenaje aquí con la Llave. Algún lugar encontraré en los alrededores de Madrid para usarla y entrar clandestino y pasar por allí unas noches que me permitan gozar de ese espíritu de resistencia, lucha y permanencia en la lucha democrática.
Gracias, muy amables.
Fuente: Presidencia.-