69 años después de la primera salida del icónico disfraz, Ismael Escorcia Medina contó como su representación sigue vigente con un único mensaje, el de la paz.
Por: Antony Rada Carrillo
Dos cosas marcaron la vida de Ismael Escorcia Medina: Los cadáveres sin cabeza que veía flotando en el río Magdalena y el canal del Dique en sus años de juventud, en medio de la época de la ‘violencia’ y el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948, cuando, con apenas 18 años de edad, Escorcia vio cómo el pueblo se levantó para reclamar la muerte del líder político que tanto admiraba, y que su familia, de arraigo liberal, defendía con fervor.
Transcurrido el tiempo y como parte de una secuencia de escenas grabadas en un recuerdo que jamás se despegaría de su mente, Ismael también narra haber sido víctima del conflicto.
Junto a su madre y sus dos hermanos tuvo que huir de los ‘godos’, nombre por el que se conocía a los conservadores en la época. Saliendo de Calamar, Bolívar, llegaron como desplazados a Barranquilla, una ciudad con aires Cosmopolita, la cual genera no solo asombro, sino desconciertos e incertidumbre.
Muy lejos se encontraba Escorcia de imaginar lo que le tocaría vivir y que en el camino reuniría experiencias que le darían un gran impulso para darle vida, con su genio y propias manos, a uno de los disfraces más representativos del Carnaval.
Terror y admiración causó ‘El descabezado’ en su primera salida, y en 69 años de mantenerse vigente, la oda a la búsqueda de la paz continúa siendo su motivación.
Reviviendo al descabezado
Era el sábado 21 de enero de 2023, día en que la reina del Carnaval daría lectura al mandato que sumergiría a la ciudad entera en el goce y el frenesí que traen consigo las carnestolendas.
Mientras los equipos de sonido en las terrazas revivían una vez más importantes éxitos musicales como Los Carruseles, La Murga de Panamá, Los Sabanales, El Mico Ojón, El Machete y otras melodías más, que sonaban con mayor fuerza desde las doce campanadas que marcaron el inicio del nuevo año, yo llegaba al barrio El Santuario, a la casa de Ismael, a conversar con él, su hijo y su nieto, para descubrir toda la historia que guarda el disfraz colectivo del Descabezado, que este año recibía el premio ‘Aporte a la Tradición’.
El Mural en la puerta de la pequeña casa amarilla, ya anunciaba quienes me esperaban, sencillos trazos de pintura plasmaban en ella a un ‘Descabezado’, con machete al aire, traje entero y corbata roja, como un recuerdo a los apasionados ideales liberales de Ismael, cabeza en mano y bajo la ilustración la cifra 1954, que confirmaba que esta expresión folclórica ya se acerca a sus siete décadas de presencia en el Carnaval, que es Patrimonio de la Humanidad.
En la terraza, y ante la mirada de las cabezas del ‘Pibe Valderrama’, ‘el Cacique de la Junta’ y hasta ‘Pedro el Escamoso’, dialogué con los tres hombres que mantienen viva la tradición.
La mañana transcurría tranquila, los niños jugaban y corrían por la acera llevando en sus manos los machetes que ya los conectaban con la herencia festiva que reciben de su familia.
Nos fuimos adentrando en la experiencia que cada uno de ellos: Ismael Escorcia Medina, padre; Wilfrido Escorcia Salas, hijo y Wilfrido Escorcia Camargo, nieto; sin poder conversar con los pequeños Wilfrido Escorcia Ramírez, Rafael Toro Escorcia y María Fernanda Toro Escorcia, que con dos años de edad es la primera mujer de la dinastía. Ellos orgullosamente son la cuarta generación de la expresión folclórica, pero estaban más ocupados en sus juegos y risas, como para detenerse a conversar con un desconocido.
Ver a los niños sonrientes con el machete y soportando el peso de las estructuras de alambre y esponja que da forma al disfraz, era suficiente evidencia de sus ganas de seguir preservando el legado de su bisabuelo.
La música que traía la brisa de aquella mañana de precarnaval ambientaría el dialogo que me permitiría encontrarme de forma adulta y madura con el disfraz que tanto pánico me causaba de pequeño, cuando me sudaban las manos y temblaban las piernas, mientras sostenía la mano de mi abuela y desde el bordillo veía que se acercaba el ‘Descabezado’, en aquellas noches de Guacherna, en las que solo una cabuya separaba a espectadores de hacedores de la fiesta.

‘No fue mi primer disfraz’
Sentado en su mecedora en la terraza de la casa, Ismael Escorcia repasa ante mí todos los detalles de cómo surgió el disfraz del ‘Descabezado’, y cómo con sus propias manos le dio vida a este personaje, cuando trabajaba como pintor en las Empresas Públicas Municipales.
Pronto cumplirá sus 93 años y con una lucidez envidiable menciona los sucesos que vivió en su natal Calamar y que trajeron a su genio la idea de vestirse con traje, simular estar decapitado y recorrer así los diferentes eventos de la fiesta popular más importante del Caribe colombiano.
“Es un orgullo para mí lo que hoy está pasando, el reconocimiento del que goza este disfraz, porque yo lo hice sin pensar lo que está sucediendo, solo quise hacer un disfraz para divertirme”, reza con su voz cargada de paciencia y de la experiencia que los carnavales han dejado en él.
El creador del descabezado recuerda que en 1954 en medio de la fiesta quería hacer un homenaje a las víctimas de la violencia y hacer presente a Jorge Eliecer Gaitán, por lo que decidió vestir de traje entero al personaje, que armó con alambres y varillas para unirse en aquel entonces a la Batalla de Flores.
Pero este no fue su primer intento de unirse al frenesí, Ismael ya había participado antes con disfraces como ‘La aristocracia y el pueblo’, en el que lucía en la mitad de su cuerpo un elegante traje entero y en la otra mitad harapos; también lo había hecho vestido de mujer, de momia o dando vida al ‘Caballero rojo’.
En este último cargaba una robusta armadura de guerrero medieval del color de sus pasiones políticas, sin embargo, reconoce que fue el ‘Descabezado’ el que más llamó la atención, y que, si bien siempre ha despertado sustos e impresiones, como las que yo vivía en mi infancia, también es querido y esperado por los carnavaleros, a tal punto que hoy es un ícono de la fiesta.

“Es que este debería ser el único descabezado en nuestro país, también es una invitación para que nadie tenga que vivir las escenas que yo vi en Calamar”, puntualiza el carnavalero que desde 2006 no ha vuelto a desfilar en los eventos festivos, pero sigue tallando delicadamente en el icopor, en el patio de su casa con sus manos arrugadas, los rostros de las cabezas que dan vida al disfraz.

Aprendiendo para mantener la tradición
“El disfraz está compuesto por una cabeza, con réplica de distintos personajes, en la cual hacemos un homenaje a petición de la comunidad”, me explicó, Wilfrido Escorcia Salas, rey momo del Carnaval de Barranquilla 2009.
“Que saquen al Pibe, sacamos al Pibe; que saquen a Rentería, sacamos a Rentería; que saquen a Diomedes, lo sacamos”, narra el hombre que me habló, portando la banda que lo acreditó como soberano de las carnestolendas y desde la misma mecedora en donde me conversó su padre, como anunciando que él está dispuesto a relevar el lugar del creador de esta dinastía de decapitados.
“También tenemos el machete, tenemos un gorro, dando la idea del corte de la cabeza. Y así están todos los elementos: machete, cabeza, gorro y un vestido impecable y pa’l desfile”, repasa Wilfrido padre, quien se refiere al disfraz desde una mirada teórica cuando precisa: “No es una apología, es una alegoría de la violencia llevada a nuestro Carnaval, es un sí a la paz no a las masacres”.
Seguían los niños jugando, tambaleándose en la acera, y meneando sus machetes por el aire, al ritmo de las melodías que encendían el ambiente festivo, mientras a la terraza llegaba el olor de algún sancocho de mondongo que muy cerca terminaban de sazonar. Señalando a los pequeños el Rey Momo apuntó: “¿Pero cómo así que el man le mochan la cabeza y la lleva en la mano? Nos preguntan las personas. Es un tema figurativo, al man le mochan la cabeza y él en rebeldía, la recoge y con los últimos alientos comienza a buscar a quien se la cortó, para dar venganza con su machete”.
En su explicación, Wilfrido hace una pausa, toma un aliento y procede a mencionar algo que puedo inferir le cuesta trabajo verbalizar: “Mi papá es un artista plástico empírico, nadie le enseñó a crear estas cabezas, tallarlas y hacerlas con tantos detalles como aún las elabora con dedicación en el patio de la casa. Nosotros mirando al futuro decidimos aprender y formarnos para que su ausencia en algún momento, no se convierta en una falencia para mantener viva la tradición”.
Una nueva pausa hace evidente entonces el nudo en su garganta, complementa:
“Ni Dios lo quiera, algún día se lo lleva a hacer Carnaval con Enrique Salcedo y ‘María Moñitos’, entonces hay que prepararse, por eso decidí estudiar artes plásticas en la EDA, para estar dispuesto a elaborar una de las piezas más importantes de nuestro disfraz y poder ir remplazando a mi señor padre”, sentencia con el firme compromiso de no dejar morir la que quizás es la herencia más valiosa que ha recibido de su progenitor, ante la imposibilidad de evitar su partida, en algún momento, a celebrar el Carnaval con otros tantos hacedores que ya no están.

Lágrimas por el disfraz
No debe ser nada fácil portar la pesada estructura de alambres y esponjas que soporta el gran vestido entero, hecho a medida, para las proporciones del disfraz del Descabezado, y mucho menos hacerlo bajo los más de 30 grados a los que se exponen los hacedores de la fiesta, en un desfile del Carnaval, sea el Cumbiodromo de la Vía 40 o recorriendo la carrera 14, en el Carnaval del Suroccidente.
Sin embargo, esas incomodidades son menospreciadas, junto al gran valor de portar la que es su tradición familiar, y así lo comparte Wilfrido Escorcia hijo.
“Cuando nos colocamos el disfraz el sentimiento y el compromiso es grande, porque sabemos que no soy yo, es toda una familia, una generación la que se hace presente en el evento, y que nosotros la queremos impulsar para que siga creciendo y creciendo cada día más”.
El ingeniero de 32 años alterna sus compromisos laborales con las obligaciones que le demandan la salvaguarda de su tesoro familiar. Para él es importante que las personas conozcan de cerca el legado que les confió su abuelo, por eso también dedica sus esfuerzos en la materialización del Museo del Descabezado, ubicado muy cerca, a pocas cuadras, de la casa de los Escorcia.
“Con este espacio queremos que los barranquilleros y los turistas tengan la oportunidad de conocer de cerca todo lo que nuestro disfraz representa para la fiesta y para nuestra familia”, señala.
“Porque no se imaginan la cantidad de recuerdos memorables que guardamos cada uno de nosotros, de cuando debajo del alambre y el sombrero estamos dando vida a los descabezados del Carnaval, esos hombres robustos de más de dos metros de altura que van agonizando en medio del goce”.
“A los 8 años de edad yo iba para un desfile y no encontraba el vestido del disfraz; finalmente llegamos al punto de concentración y no lo encontré, lloré lágrimas de sangre, porque ese día no me pude disfrazar”, recuerda con nostalgia de carnavalero Wilfrido, mientras mantiene fija la mirada en su hijo, que, con apenas 8 años, ya se emociona por vestirse también de ‘Descabezado’, y seguir con la tarea que su padre ha asumido con vehemencia y arraigo.
“Finalmente descubrimos que el vestido estaba en el maletín de otro disfraz, pero yo no alcancé a desfilar, esa fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida”, relata.

Así, una mañana de bando, en el corazón del barrio Santuario y amenizado por las melodías festivas que ya invadían la popular carrera ocho, conocí de cerca la gran riqueza que guarda este disfraz de la fiesta y finalmente me reconcilié con las imponentes figuras y machetes que me hacían odiar ir a los desfiles del Canaval, porque despertaban en mí el más grande de los temores.
Hoy, a mis 30 años, comprendía que el disfraz colectivo es un testigo de las vivencias personales de un desplazado que llegó a la ciudad en busca de nuevas oportunidades, pero también es la muestra de cómo se mantienen vivas muchas de las expresiones folclóricas del Carnaval, gracias a la unión y el compromiso con la familia.
Y cómo no mencionar que es un llamado a la paz, a superar por fin el conflicto en un país, en el que los únicos asesinados violentamente que deberían existir son los descabezados que mantienen vivos las cuatro generaciones de los Escorcia, y que con seguridad ellos seguirán confiando a sus descendientes, como a Ismael Escorcia Ramírez, quien apenas crece en el vientre de su madre, pero ya esperan que en un par de años esté jugando también en medio de cabezas, melodías y machetes; para que así todos conozcan el gran aporte a la tradición que creó Ismael Escorcia Medina con sus recuerdos, alambres, icopor, telas, pinturas y papeles.
Video: Jonathan Steven Miranda Gutiérrez