Con la tradicional proclamación desde el balcón central de la Basílica de San Pedro —“Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!”— el mundo conoció al nuevo líder de la Iglesia Católica: el cardenal Robert Francis Prevost, quien ha elegido el nombre de León XIV. A sus 69 años, Prevost se convierte en el papa número 267 en la historia de la Iglesia y el primero originario del continente americano, marcando un hito en la tradición milenaria del Vaticano.
Nacido en Chicago, Estados Unidos, de padre francés y madre española, Prevost representa una mezcla cultural que refleja la diversidad del catolicismo moderno. Su vínculo con América Latina es profundo: durante más de cuatro décadas, vivió y sirvió pastoralmente en Perú, donde se desempeñó como obispo de la diócesis de Chiclayo y luego como administrador apostólico. Su trayectoria ha estado marcada por un fuerte compromiso con las comunidades más vulnerables, el diálogo intercultural y la promoción de la justicia social.
La elección de Prevost como sumo pontífice se percibe como una señal de apertura hacia nuevas voces dentro de la Iglesia, en especial aquellas provenientes del sur global. Su experiencia misionera, su sensibilidad pastoral y su dominio del español y del inglés lo perfilan como un líder con capacidad para tender puentes entre culturas y regiones.
El nombre que ha escogido, León XIV, también ha despertado interés entre teólogos e historiadores. El último papa que llevó ese nombre fue León XIII, recordado por su encíclica Rerum Novarum, en la que defendió los derechos de los trabajadores y sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia. Al adoptar este nombre, Prevost podría estar enviando una señal sobre las prioridades de su pontificado: justicia, diálogo y renovación.
El mundo católico observa con expectativa el inicio de esta nueva etapa. León XIV enfrenta numerosos desafíos: la pérdida de fieles en algunos continentes, los escándalos de abusos, el papel de la mujer en la Iglesia y la necesidad de respuestas más firmes frente a la crisis climática y las desigualdades sociales. Sin embargo, su elección genera esperanza y una renovada atención sobre el papel de América en el futuro del catolicismo.
