Barranquilla no debe ser ajena a la discusión sobre si el actual gobierno de Iván Duque debe o no ratificar la decisión de su antecesor –pocos días antes de dejar el poder– de reconocer a Palestina como un estado Libre, Independiente y Soberano.
Somos quizás la única ciudad en el mundo donde encontramos proyectos conjuntos en que judíos (Sefardíes o Asquenazíes) y árabes (llamados incialmente ‘turcos’, sin importar su origen Palestino, Libanes o Sirio) se han asociado por igual en negocios o en causas sociales. Y como en muy pocos lugares de Colombia hemos convivido con ellos habiendo sido beneficiados por su generosidad, empuje y laboriosidad a través de nuestra historia, desde las migraciones de los siglos XIX y XX.
Basta saber que Elías Muvdi –uno de los primeros patriarcas palestinos llegados aquí– donó las 100 hectáreas del parque que hoy lleva su nombre o que las hermanas Freund Strund –de ascendencia judía– donaron la mansión republicana donde funciona el Museo Romántico, en el que reposa la memoria histórica de nuestra ciudad.
Barranquilla es la segunda ciudad del continente americano a la que arribaron el mayor número de palestinos. Al inicio huyendo del Imperio Otomano y luego de la Primera Guerra Mundial. Los Judíos, por su parte, entraron desde las islas holandesas en el Caribe hasta nosotros por invitación del libertador Simón Bolívar en 1813 y más adelante huyendo también de la Primera Guerra Mundial.
Ambos pueblos se han asimilado al nuestro de tal manera que muchos de sus apellidos hoy nos son familiares: Senior, Tarud, Salas, María, Cortissoz, Daes, Pereira, Hasbún, Jesurun, Char, Sourdis, Siman, Henriquez, Slebi, Juliao, Yidi, Alvarez-Correa, Daccaret, Salzedo, Jaar, De Sola, Yunis, Ricardo, Heilbron, Amashta, De la Rosa, Guerra y Azout, entre otros.
Es así como Juan Gossain habla de “la simbiosis del Quibbe y la Arepa de Huevo” y David Sánchez Juliao bautizó su tierra como “Lorica Saudita”.
Hoy 138 países en el mundo reconocen a Palestina como un Estado Libre, Independiente y Soberano. De hecho en Suramérica solo faltaba Colombia por aceptarlo.
Ambas partes, como en todos los conflictos, se obstinan en justificar su posición. Los judíos recuerdan que fue el mismo Dios quien les entregó a Israel como la “Tierra Prometida”, luego de 40 difíciles años de peregrinación por el desierto, de la mano de Moisés. Por su parte, los Palestinos insisten en que la invasión de su territorio –oficializada por una resolución de la ONU en 1947, ordenando la partición– fue planeada estratégicamente desde el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, en 1897.
Lo cierto es que esta guerra fratricida ha cobrado miles y miles de vidas y parece no tener fin. En ese sentido, el reconocimiento del gobierno colombiano más que un acto antisemita o judeofóbico –como algunos lo califican– debe ser tomado como una invitación sensata a que ambos bandos lleguen a un acuerdo que les permita coexistir pacíficamente.
Sobre todo, es necesario acabar con el sufrimiento que esta vez, y durante los últimos años, ha sido palestino. Es preciso dar el primer paso dejando de juzgar las acciones de unos y otros, pues como afirmó el prestigioso neurólogo y siquiatra judío Víktor Frankl (creador de la Logoterapia) al relatar los horrores vividos por él, durante 3 años, en los más tenebrosos campos de concentración nazi: “…Nadie debería juzgar, nadie, a no ser que con absoluta sinceridad pudiera asegurar que, en una situación similar, actuaría de manera diferente..” (El Hombre en Busca de Sentido. Barcelona. 1979)
Víctor Herrera Michel
@vherreram
Foto: prensalibre.com